martes, 6 de enero de 2009

"Los semáforos hablan" por Eduardo Caccia

Hoy es Día de Reyes y ayer se me olvidó dejar mi zapato bajo el árbol así que no me dejaron nada pero no importa porque aquello que deseo no se puede acomodar dentro de un zapato.

Ni Melchor, ni Gaspara, ni Baltazar me hubieran podido dejar un aviso de que la gasolina no seguirá subiendo (el precio de nuestros subsidios lo teníamos que pagar eventualmente), tampoco podrían dejar dentro de mi zapato la paz que hace falta en Israel o la que mucho nos hace falta en México o mucho menos haber dejado el dinero suficiente para pagarle a los ejidatarios de la zona del Tutelar para que Obras Públicas pueda acabar el puente (aclaro que de haber dejado tal cantidad de dinero dudo mucho que yo lo hubiera utilizado para eso!).

No recibí regalo de los Reyes Magos y parece que tampoco mucha inspiración pero sí me encontré un texto para que compartir con ustedes. Algo que espero los ayude a reflexionar y a establecer sus propósitos (deseos + acciones) en caso de que no lo hayan hecho ya.

Ahí les va:
“La promesa de un cambio ha sido tal vez la moneda electoral más socorrida en la historia del hombre; en México y Estados Unidos se ha convertido en lugar común, desde el "Cambio, Ya" de Fox, hasta el "Change we can believe in" de Obama; es de naturaleza humana esperar el cambio por decreto presidencial. Sin embargo, apostar por el cambio sin que éste suceda es contribuir al problema.

México está produciendo generaciones de ciudadanos que dudan que el País tenga remedio para sus muchos males, inseguridad e impunidad por delante. No sólo se ha agotado el discurso del cambio sino, lo que es peor, la esperanza de un cambio. No vemos la luz, lo que equivale a quedarnos ciegos.

En su emblemática novela "Ensayo Sobre la Ceguera", José Saramago describe una sociedad que sufre la epidemia de una "ceguera blanca"; la gente, paulatinamente pierde la vista, y con ello entra en un caos social donde la trasgresión y la violencia amenazan la sobrevivencia diaria. Los ciegos del escritor portugués sacan lo peor de sí...

¿Puede cambiar México?, ¿dónde y cómo comenzar el cambio?

El cambio de un país empieza cuando sus habitantes ven que el cambio es posible. Necesitamos el cambio, pero primero necesitamos creer que cambiar es posible. ¿Cómo, entonces, creer en el cambio? La respuesta es estúpidamente simple: viendo que otros cambian en un tema donde todos podemos participar.

Uno de los grandes avances de la neurociencia es la teoría de las "neuronas espejo", sustento científico a "la palabra mueve, el ejemplo arrastra". Por eso queremos entrar al antro más atestado, por eso bostezamos cuando otros lo hacen, por eso se nos antoja el plato de la mesa de a lado. Y por eso, también, fallamos penalti en momentos decisivos para la patria (el mexicano no ve al extranjero anotar, en su cabeza ve la película de la anterior tragedia nacional en la que otro mexicano falló, en otras palabras, cree que fallar es posible)...

No necesitamos un cambio milagroso, necesitamos un cambio aparentemente pequeño, de trascendencia mayor. Necesitamos el grito de "¡sí-se-pue-de!" en las tribunas del País. Pero ante todo, necesitamos iniciar el cambio.

El inicio del cambio en México está, literalmente, en nuestras manos. No es un lugar común, me refiero al volante, a la forma en cómo manejamos, cómo aplicamos las leyes viales y cómo nos relacionamos socialmente alrededor de la vialidad para crear metáforas de cambio posible en otros.

La notoria trasgresión e impunidad al manejar en México es una extensión de los vicios sociales que nos aquejan en otros aspectos. Si no existe la mínima cortesía al automovilista con quien se comparte el camino difícilmente existirá en otros temas que involucren los derechos ajenos. Si la raya no es la raya, si la prohibición no es tal, si las salidas se hacen entradas, si las banquetas son estacionamientos, si las terceras filas son la norma, si hay que cuidarse de los agentes de Tránsito, si hay que "aventar lámina" para pasar, si la entrada del vecino puede bloquearse, si el sentido contrario es siempre una posibilidad, si la licencia se compra, si la multa es la mordida, entonces, como en la historia del Nobel de Literatura, estamos ciegos como para pretender cambiar en otros aspectos más profundos.

Si nos demostramos, como sociedad, que somos capaces de cambiar nuestra forma de atender la vialidad; si empezamos a ver, con el ejemplo, que quien la hace la paga, que los señalamientos se respetan, que el camino se comparte y los derechos del otro valen, que tenemos buenos señalamientos, buenos agentes de Tránsito, que planeamos el crecimiento de calles, que la ley vial se cumple, habremos dado un paso gigantesco para creernos que el cambio es posible, lo cual sería un verdadero avance para millones de mexicanos que no ven una posibilidad real de cambio, independientemente de quién nos gobierne.

Este cambio "pequeño" conduciría a uno más grande, sería la formación de una nueva generación de conductores (ciudadanos) responsables y sería la muestra de que como sociedad, como País, sí podemos cambiar.

En la ficticia ciudad que recrea Saramago, un conductor está esperando la luz verde para avanzar. Cuado ésta llega todos avanzan menos él, se ha quedado ciego, y presa del pánico es incapaz de moverse. Pronto otros quedarán igual.

En México decimos que las paredes hablan.
Los semáforos también.”

Ahora si, listos para poner el ejemplo??

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